Hace unos años, un conferencista presentó este escenario a su audiencia: “Imagina que llegas a casa después del trabajo y te encuentras con la noticia de que un familiar lejano te ha dejado una herencia de US$10.000.000. ¿Qué harías? ¿Irías a trabajar mañana?” La respuesta de los 5,000 asistentes fue un “no” unánime. ¿Por qué?
No debería sorprendernos, ya que las estadísticas nos muestran que más del 70% de la sociedad no está a gusto con su trabajo (reflejado de diferentes maneras en los Estados Unidos). Para el mundo en el que vivimos, el trabajo es un mal necesario. Es probable que estés leyendo este artículo un día en el que todo salió mal y te identificas con aquellos que no disfrutan su trabajo. Pero ¿de dónde proviene esta idea? ¿Es bíblica?
Para muchos de nosotros, cada lunes es un recordatorio de por qué despreciamos nuestro empleo. Anhelamos llegar al fin de semana lo más rápido posible. En los días buenos piensas y te llega a la mente: “Vanidad de vanidades… todo es vanidad. ¿Qué provecho recibe el hombre de todo el trabajo con que se afana bajo el sol?” (Eclesiastés 1:2-3). En los días malos, Génesis 3:17-19 dice: “Maldita será la tierra por tu causa… espinos y cardos producirá… con el sudor de tu rostro comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra” (Gén. 3:17-19). Nuestra experiencia nos ha limitado a interpretar nuestro trabajo desde un punto de vista pesimista. Por esta razón, te sorprenderás al recibir mi invitación: caminemos juntos a través de la Escritura para descubrir teológica y prácticamente las posibilidades redentoras, creativas, productivas y ministeriales que existen para aquellos que participan en el mundo laboral. La palabra de Dios lo afirma.
Pero, primero, hemos de reconocer que los empleos son un mundo complejo debido a la profundidad de sentimientos que experimentamos en ellos. Cuando vamos a trabajar, enfrentamos muchas incógnitas: nuestra identidad, el significado e influencia que tenemos en el mundo, el propósito para el que vivimos, nuestro llamado, el discipulado, la ética correcta, responsabilidad, testigo, evangelización, etc. Si no tenemos cuidado, alcanzaremos conclusiones que no han sido redimidas por la palabra de Dios.
La historia de la creación es una afirmación definitiva del origen y el plan de Dios. En los primeros capítulos de Génesis, Dios establece su reino al crear a Adán y Eva (su pueblo) y colocarles en un lugar bajo su reinado. Dios crea al hombre “a su imagen, conforme a su semejanza” (Gén. 1:26) y le entrega dos responsabilidades categóricas: “(1) sean fecundos y multiplíquense. Llenen la tierra… (2) ejerzan dominio sobre… todo ser viviente que se mueve sobre la tierra” (Gén. 1:28).
La doctrina del Imago Dei ocuparía páginas y páginas de desarrollo para poder resumirla y explicarla. Para nuestros propósitos, argumentaré que como criaturas hechas a la imagen de Dios tenemos la responsabilidad de ser administradores en nombre de Dios, encargados de desarrollar el potencial de Su creación para que toda la creación pueda celebrar Su gloria al exaltar Su nombre, servir a nuestro prójimo y desarrollar el material en bruto para construir cosas hermosas. Craig Bartholomew lo explica de esta forma: “A medida que tomamos los mandatos creativos de Dios de ‘[que] sea…’ y desarrollamos el potencial en ellos, continuamos difundiendo la fragancia de su presencia por todo el mundo que ha creado”. Por consiguiente, el trabajo siempre ha sido el plan original de Dios para el ser humano y, por ende, debe considerarse parte esencial de nuestra participación en el plan de Dios.
Caída: distorsión de la imagen de Dios y la creación infectada
Pero la triste realidad es que fuimos expulsados del Edén por nuestro padre Adán. A pesar de que Dios les ofreció todo el fruto del huerto, a excepción del “árbol del conocimiento del bien y del mal” (Gén. 2:17), Adán y Eva cedieron a la tentación de la serpiente y buscaron establecer su autonomía. Este árbol representaba “la posibilidad y certeza de provisión (bueno para alimento), placer (agradable a la vista) y poder (deseable para adquirir sabiduría) apartados de Dios (Gén. 3:6)”. ¿Qué exactamente ocurre en este momento de la historia? En términos generales, hay una separación entre el hombre y Dios. Los teólogos lo afirman como una muerte espiritual y la introducción y certeza de la muerte física. Además de eso, hay una ruptura en la relación del hombre y la mujer. Finalmente, Adán y Eva son expulsados del huerto. Este es el momento de preguntarnos, ¿cuáles son las implicaciones de la caída respecto al mundo laboral en el que ejercemos?
Competencia, integridad y la gloria de Dios
Ya sabemos que Génesis 3:16 afirma que la tierra producirá “espinos y cardos”, y por lo tanto, nuestro trabajo siempre requerirá el sudor de la frente. Pero cómo esto afecta nuestras vidas laborales es muy llamativo. Consideremos dos historias importantes: primero, Caín y Abel; segundo, la torre de Babel.
Después de ser expulsados del Edén, el autor de Génesis nos dice que Eva da a luz a Caín y Abel. Sin tardar mucho tiempo, descubrimos que deben traer “ofrenda del fruto de la tierra” y que Dios da el visto bueno a Abel, pero no a Caín debido a que su corazón no estaba en el lugar correcto. Su reacción a esta experiencia es muy significativa porque, en vez de ser inspirado por la calidad y el corazón de su hermano (su “competencia”), Caín entiende que la respuesta correcta es eliminar. La Biblia establece que una de las áreas donde veremos el pecado afectando nuestro trabajo es en nuestra relación con nuestro prójimo.
En segundo lugar, vemos que, aunque Dios continúa extendiendo su gracia a los hombres y mujeres al otorgarles dones y habilidades, ellos están naturalmente centrados en sí mismos. En Génesis 11:4, el autor afirma lo siguiente: “[Los hombres] dijeron: ‘Vamos, edifiquemos una ciudad y una torre cuya cúspide llegue hasta los cielos, y hagámonos un nombre famoso, para que no seamos dispersados sobre la superficie de toda la tierra’”. Aparte de la ruptura con nuestro prójimo, el futuro de la creación incluye sociedades cuyo deseo por autonomía les hará trabajar para demostrar que no necesitan de Dios. Aún aquellos que confiesan conocer a Dios se verán forzados a mostrar sus verdaderos colores cuando enfrenten situaciones donde elegir lo bueno no les beneficia.
La redención de Cristo en el trabajo
Es en esta etapa de desesperación que Cristo llega a nuestras vidas. Cuando Jesús redime nuestros corazones y nos transforma para ser llamados hijos de Dios al recibir el Espíritu Santo, él penetra todas las áreas de la vida, más allá del alcance del pecado en la caída. Y si Dios transforma nuestros corazones, ¿cómo no podría transformar las áreas donde nos desenvolvemos? Carl Henry explica: “El trabajo se convierte en una estación de paso de testimonio y servicio espiritual, un puente que se transita diariamente entre la teología y la ética social. En otras palabras, el trabajo para el creyente es una mayordomía sagrada y, al cumplir con su trabajo, afirmará el testimonio cristiano”.
Aunque el trabajo promete demandar el sudor de la frente, Dios honra a aquellos que trabajan fielmente para glorificar su nombre. Cuando nuestro objetivo pasa a ser la gloria de Dios, el servicio a nuestro prójimo y la buena administración de la creación de Dios, podemos esperar una gran satisfacción marcada por sudor y por el placer de Dios en nuestras vidas. Por lo tanto, “debemos aprender no solo a trabajar para vivir, sino a vivir para trabajar para la gloria de Dios”.